El Papa se despide de EE UU amonestando a los "estrechos de mente"

Han sido 48 horas en Washington, 39 en Nueva York y 34 en Filadelfia. Así se han repartido los seis días de la primera visita de Jorge Mario Bergoglio al país donde se acuñan los mitos. Gracias a su carisma, su estilo sencillo y progresista y un Fiat 500, el primer papa del continente americano se ha consagrado como el Papa del Pueblo, sin que importe ya la religión de quienes le admiran. En este tiempo más de 700 musulmanes han perecido durante una avalancha en La Meca y el Dalai Lama ha cancelado su visita a Filadelfia para recoger la Medalla de la Libertad, por problemas de salud. El mundo le abre paso a un papa moderno, dispuesto a reforzar el poder de su iglesia mucho más allá de los católicos.

“Es necesario que los fieles de las diversas religiones unan sus voces para clamar por la paz, la tolerancia, el respeto a la dignidad y derechos de los demás”, dijo en el Independence Hall, donde se firmó la Constitución de EE UU. Sus misas han sido en español, pero en sus 25 discursos ha hecho un llamado a todas las religiones para unirse en la lucha contra el mal. Francisco considera que "todas las tradiciones religiosas sirven a la sociedad" y ponen freno a las pretensiones de poder absoluto. Por eso, en el museo que guarda las cenizas de las Torres Gemelas, invitó a líderes espirituales judíos, musulmanes, hindúes, budistas, sikh y griegos ortodoxos a compartir su homilía. Esa ceremonia, "junto a mis hermanos y hermanas de otras religiones", dijo anoche al despedirse, guarda un sitio especial entre los recuerdos de su visita, no sólo porque el lugar "nos habla con fuerza sobre los misterios del mal", sino porque está convencido de que esa unidad de disciplinas religiosas es la fórmula para que triunfen "el amor y la paz", prometió. "Tenemos la certeza de que el mal nunca tiene la última palabra", añadió.

Luther King y Lincoln

A los estadounidenses, a los que ha conquistado citando a Martin Luther King y Abraham Lincoln, les ha presentado a otro mito de ese panteón que desconocían, la revolucionaria católica Dorothy Day, repudiada en su día por la propia Iglesia católica. Desde el Capitolio les ha dicho mirando a los legisladores a los ojos que si están en favor de la vida no pueden aceptar la pena de muerte. Que no pueden utilizar la Carta de Naciones Unidas a su antojo para justificar guerras cuando les conviene. Les ha advertido de los peligros de la globalización, que no respeta la pluralidad. Les ha recordado su origen español y el valor de los inmigrantes. Y les ha mostrado las miserias que genera su sistema almorzando con homeless y visitando una prisión. "Esta tierra ha sido bendecida con grandes dones y oportunidades", les dijo ayer al despedirse en el aeropuerto con su diplomacia habitual. "Ruego al Señor para que ustedes sean administradores buenos y generosos de los recursos humanos y materiales que les han sido otorgados", destacó.

Y para quienes se escandalizan de su aperturismo inclusivo, que ha devuelto al seno de la Iglesia a gays y divorciados, les ha dejado en su última misa con una liturgia del evangelio en la que Jesús reprende a sus discípulos "por ser tan estrechos de mente", dijo ayer frente a 800.000 personas reunidas en el Benjamin Franklin Parkway. Esa "tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios, que hace llover sobre justos e injustos, saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada", dijo ayer categóricamente. Rechazar a esos "que no son parte de nuestro grupo" es "una tentación peligrosa" que "no solo bloquea la conversión a la fe, sino que constituye “una perversión de la fe" y, sobre todo, mina el espíritu inclusivo que este Papa quiere imponer.

Francisco sabía que en ese momento el mundo le observaba y que su mensaje llegará hasta los confines de la cristiandad. Son las ventajas de ser bautizado en CNN como "el Papa del Pueblo". De viajar en un Fiat 500 y se ser un Papa moderno.

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