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Partimos de la premisa de que hombre y mujer constituyen primordialmente un ser social, es decir, somos una partícula del enredado que denominamos sociedad. La gente se interrelaciona y comparte dichas y quebrantos, quiérase o no. De ahí la vigencia de aquella frase de Terencio: <<Nada humano me es ajeno>>.
La República Dominicana es el prototipo de modelo de sociedad del tercer mundo: en lugar de ser proactivos somos reactivos. Ello significa que primero acontecen los hechos y es bien tarde cuando venimos a reaccionar. En el mundo desarrollado se alimentan con las estadísticas y las encuestas; ello permite con bastante exactitud predecir una serie de eventos futuros por lo que resulta difícil atraparlos fuera de base, o para expresarlo en el lenguaje vernáculo: asando batatas.
Las acciones violentas que suceden en el país no caen del cielo, son el resultado de condicionantes visibles y palpables para cualquier mediano investigador social. Desgraciadamente, las políticas nacionales son mayormente inmediatistas, nos desgastamos en la cotidianidad; somos eternos bomberos que solamente vivimos apagando fuegos.
Las autoridades policiales y judiciales se consumen persiguiendo y condenando acciones criminales, pero es poco lo que se hace para promover la convivencia pacífica y así evitar la vorágine de crímenes y delitos que mantiene en zozobra a la familia dominicana. No hemos creado el espacio, ni el hábito para monitorear la casuística de muertes, daño físico, emocional y social generados por la violencia en sus distintas vertientes.
La sociedad parece desesperarse ante la lentitud en la respuesta para aclarar los crímenes que a diario se suceden en los cuatro puntos cardinales de la nación. Resultaría aterrador saber que por cada cien denuncias de crímenes, más de noventa tengan el destino de aquella famosa sinfonía de Schubert, es decir, que terminan <<Inconclusas>>.
La avalancha de acciones violentas que se generan en el país sobrepasan con creces la capacidad investigativa de las autoridades. Las fuerzas del orden van como bueyes detrás de la carreta, en vez de guiar son conducidos por el criminal, por lo que se convierten en parte de una obra teatral macabra titulada <<La de nunca acabar>>. ¿Qué hacer para romper este pernicioso círculo vicioso? Lo primero que deberíamos hacer es crear conciencia del mal que padecemos, dimensionarlo y ver su proyección en el tiempo. Lo siguiente sería desterrar de la mente el hábito dañino de querer justificar la enfermedad presente, bajo la excusa de que en otras latitudes están peor que nosotros.
El tercer paso será la elaboración de una agenda común a mediano y largo plazos, en donde todas las fuerzas políticas, sociales, religiosas, civiles y militares, gobierno y oposición se comprometan a ejecutar acciones contra el crimen, por el bien de todos. Los asesinos, ladrones y bandidos salen del seno de una patología crónica hija de la pobreza y la desigualdad . Solamente organizados cual colmena produciremos la miel de la paz, seguridad y armonía que tanto ansía nuestro pueblo.
Merecemos un mejor país en el que los niños, jóvenes, adultos y ancianos puedan andar por las calles y carreteras sin miedo, confiados en un mañana con menos luto, cargado de la alegría, bienestar y felicidad colectiva que muy bien se merece la gran familia dominicana.
Tomado de: http://hoy.com.do/violencia-inconclusa/
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