Por: JULIEN F. DALBIN (ESPECIAL PARA HOY)
Los dominicanos vivimos, desde nuestros orígenes ancestrales, atrapados en una jaula que cada año se convierte en más densa e inamovible, ya que con el progreso mundial que nos insertamos en cada modalidad de la civilización, los tropiezos y repetición de los errores son más comunes, visibles y costosos.
El hecho de estar atrapados en esa jaula de la dejadez crónica, en que nos descuidamos en casi todas las actividades que por trabajo, necesidad o placer debemos realizar, le imponemos siempre el sello de la mediocridad, de la improvisación o hacer las cosas para salir del paso.
Solo por trabajar en empresas extranjeras que se guían y se orientan por estrictos programas de ejecución, calidad, mantenimiento y conducta laboral, es que hacemos las cosas bien, pues aun cuando sabemos que podemos hacerlo pero la indolencia innata en nuestras cosas le imprimimos el sello de ese descuido de la improvisación, y que en estos días lo han pagado con fuerzas y grandes pérdidas los productores agropecuarios.
La prohibición norteamericana, secundada por su comparsa haitiana y otros países, de la entrada a sus países de numerosos rubros agrícolas por la presencia de la mosquita del mediterráneo en terrenos agrícolas del este del país, ha vuelto a poner sobre el tapete la dejadez e indolencia, tanto de la burocracia como del productor privado, que dejamos por la libre que los problemas que se han detectado con tanto tiempo, no se le pone atención para resolverlos, sino que cuando estalla el problema por intervención extranjera es que a la carrera imploramos, lloramos, corregimos y acusamos de que nos quieren aplastar y abusar, sin admitir de que el descuido y falta de voluntad para corregir los males, son culpa nuestra y preferimos que la casa se nos caiga encima.
A los haitianos no les luce adherirse a la prohibición norteamericana de no permitir la entrada de los productos agrícolas a su tan limpio e higiénico territorio, pero como ellos, pese a que por un lado conversan y se reúnen en un ambiente de confraternidad aparente y todo es de paños y manteles, no pierden la oportunidad para acusarnos de algo o prohibir algo, para entonces retorcernos el cuchillo del racismo y presionarnos para que olvidemos los planes de naturalización y regularización para que se acepte sin condiciones ni trámites a la enorme población de ilegales haitianos que están radicados en el territorio oriental de la isla.
La prohibición norteamericana debería hacernos levantar los pies, como lo hizo la haitiana de los huevos, pollos y plásticos para espabilarnos y ver si somos más cuidadosos. Pero !qué va! eso no ocurrirá y vuelve a caer en ese círculo vicioso de las buenas intenciones y es letra muerta, y al poco tiempo vuelven las quejas y las prohibiciones para que artículos dominicanos no ingresen a determinados países. Esa dejadez criolla donde mejor se refleja es en el mantenimiento de las obras públicas. Es una conducta negligente y crónica que se refleja en los hogares en donde, si la casa no les cae encima, es porque los materiales son muy buenos, puesto que lo normal es ver las llaves de agua goteando, filtraciones en los techos, cables eléctricos dañados, paredes descaradas y cochambrosas, puertas sin bisagras y vehículos sin condiciones de movilizarse por falta de inspección.
La jaula de la indolencia es sólida e irrompible, al menos que nuevas generaciones de dominicanos, con otros genes y educación en su formación, puedan sacudirse de la tradición y ver si han asimilado las culturas de tantas naciones más avanzadas, en donde la diáspora dominicana ha asentado sus reales. En esos lugares nuestros compatriotas viven la cultura del mantenimiento y ven cómo las obras antiguas y las más nuevas conservan su funcionalidad, actitud que se traslada a sus domicilios.
Por todo el mundo son muchos los casos donde los dominicanos son encargados del mantenimiento de las obras, pero por algo atávico, si regresan al país, se ven absorbidos por la dejadez ancestral y vuelven a retomar las malas prácticas que tanto daño hacen por la indolencia para vernos en la picota internacional de que se impide la entrada de productos criollos a determinados mercados, por no haber vigilado su calidad, ni sus condiciones de producción.
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